“Gran parte de lo que vemos y observamos en la vida es intocable. El don de la pintura es hacer que esas cosas intocables sean tangibles para la imaginación de un espectador que mira un cuadro”.
La correspondencia entre padre e hijo, una colección de cartas intercambiadas entre el crítico de arte y escritor John Berger y el pintor Yves Berger entre 2015 y 2016, da lugar a un lúcido diálogo en torno a la relación de la pintura con sus experiencias y emociones compartidas.
A través de imágenes, palabras, recuerdos e intuiciones, padre e hijo se intercambian impresiones y preguntas sobre el arte, no como un objeto de conocimiento y discurso, sino como una oportunidad de profundizar en la experiencia del mundo y desarrollar la humildad y paciencia frente a las cosas. Un documento único de dos de las figuras más relevantes del panorama artístico contemporáneo.
John Berger (Londres, 1926 – París, 2017) fue novelista, ensayista, dramaturgo y crítico de arte, y una de las voces más influyentes y lúcidas de las últimas décadas. Entre sus estudios sobre arte se incluyen los ya clásicos Modos de ver, Mirar, La apariencia de las cosas y Dibujar, así como las antologías completas de ensayos Sobre los artistas y Panorámicas, todos ellos publicados por esta editorial.
Yves Berger (Saint-Joire, 1976) es un pintor y escritor que vive y trabaja en un pequeño pueblo de los Alpes franceses. Creció rodeado de aldeanos y agricultores, así como de los muchos artistas que visitaban regularmente a su padre, John Berger. Ha realizado numerosas exposiciones en Europa y publicado varios libros. En 2011 fue galardonado con el premio Strawinsky de pintura.
Mucho antes de que mi padre me construyera un estudio en el granero de nuestra casa, teníamos montada allí una mesa de ping-pong. Nos encantaba jugar juntos. Yo era un adolescente y él tenía sesenta y tantos años. Estábamos bastante unidos y unos días yo iba a ganar y otros él, pero, en todo caso, el resultado era una consecuencia superficial de lo que realmente hacía que jugáramos: la voluntad de ver hasta dónde podíamos tentar la suerte y hacer del intercambio un acto de gracia. Por supuesto, aquello era muy raro, pero de vez en cuando sucedía, y entonces todo encajaba. El ritmo, el movimiento y los gestos, la sincronización; todo coincidía en un solo acto.
Al dibujar, ambos nos manejábamos con el mismo placer y la misma esperanza que cuando jugábamos al ping-pong.
Cuando yo jugaba mal, solía perder los nervios y golpeaba la mesa con mi pala. Mi padre rara vez jugaba con la derecha, pero era muy rápido con el revés. Al cambiar de saque y lanzar la pelota al otro lado de la mesa, decíamos: ¡tu turno!
Yves Berger, enero de 2017
Copyright del texto: sus autores
Copyright de la edición: Editorial Gustavo Gili SL