Sófocles murió a causa de una alegría, los habitantes de la isla de Delos se afeitaban la cabeza a la muerte de sus parientes y el luto duraba hasta que los cabellos habían recuperado su longitud habitual, el guardia del cementerio marino de Sète adiestró a su perro para que acompañase a los visitantes hasta la tumba de Paul Valéry, el emperador Adriano hizo matar a su arquitecto porque sabía más que él sobre arquitectura y los indios de la Guayana bebían un licor elaborado con la ceniza de sus muertos.
A lo largo de la historia, la muerte ha generado a su alrededor una rica constelación de anécdotas, datos y extravagancias. Desde argots, epitafios, jurisdicciones y últimas palabras hasta rituales, condenas, alegorías y tradiciones, este diccionario reúne una amplia selección de palabras vinculadas a la muerte que abarcan temas tan diversos como la filosofía, el arte, la antropología, la demografía o la moral.
En 1970, esta editorial publicó Diccionario ilustrado de la muerte dentro de su colección “Enciclopedia de la Amenidad”. Adaptado desde la edición original francesa, se incorporaron entonces textos alusivos a los territorios español e hispanoamericano para completar el compendio del autor.
La presente obra es una edición facsímil de la primera publicación de 1970, un documento tan fascinante como mortífero que hemos considerado indispensable poner de nuevo al alcance del lector.
DICCIONARIO ILUSTRADO DE LA MUERTE
con temas de:
HISTORIA, FILOSOFÍA, RELIGIóN, SOCIOLOGíA, ARTE, DEMOGRAFíA, POESíA, GEOGRAFíA, FILOSOFíA, ANTROPOLOGíA, FOLKLORE, LITERATURA, ANéCDOTA, MITOLOGíA, CRíTICA, MORAL, etc.
que contiene:
argots, epitafios, frases célebre, últimas palabras, testamentos notables, últimas disposiciones, jurisdicciones, rituales, condenas, causas, estadísticas, instituciones, proposiciones filosóficas y paradojas, sentencias, máximas, proverbios, refranes, citas, pensamientos, divisas, alegorías, divinidades, curiosidades, celebridades, usos y costumbres, tradiciones populares, magia, ritos, presagios, sabiduría, consejos, creencias, maldiciones, exorcismos, quiromancia, lenguaje de las flores, clave de los sueños, cartomancia, hechos maravillosos absurdos o fantásticos, lutos, decoraciones, crímenes, suplicios, martirologios, sadismo, monstruosidades, supercherías, ambigüedades, bufonadas, medicinas, retruécanos, acertijos, sátiras, chistes, juramentos, etimologías, eufemismos, profesiones, iconografías, bestiarios, herbarios, jardines, inscripciones, poemas, etc., de todos los tiempos y países.
PREFACIO
La mayoría de mis amigos sabían desde hace tiempo que me dedicaba a la redacción de un diccionario; muchos me preguntaron su tema, pero, con el índice sobre los labios guardé el secreto como una vieja cocinera celosa de sus recetas. Tentado por la malicia, a veces levanté algo el velo del misterio dejando escapar imprudentes frases sobre la muerte. Pero nadie adivinó la relación entre esas frases y mi obra. Uno de mis amigos incluso dijo: «Con su diccionario, es una tumba.»
Este preámbulo no tiene otro objeto que mostrar en qué medida lo que nos afecta escapa a nuestros pensamientos. Enamorado de la vida, en los antípodas de lo «macabro», quise, todo y tomando el asunto en serio, con humildad, dignidad, sin frivolidad, pero también sin pudor, ofrecer a mis eventuales lectores la posibilidad de hallar en una sola obra, por cierto bien imperfecta, todo lo que concierne a nuestros fines últimos a través de la historia, la filosofía, la moral o la religión, la sociología o la demografía, el arte o la mitología, la anécdota, el folklore, etc. Reuní una materia dispersa, enriqueciéndola lo mejor que supe, con el título de Diccionario de la Muerte, pues, hasta que se me pruebe lo contrario, nunca hallé otra obra así titulada.
¿Cómo podía ordenarse una materia tan variada, numerosa y diversamente organizada? Elegí la distribución alfabética, con frecuencia arbitraria en este género de obras; pero intentando, sin embargo, conciliar cierto método con una relativa fantasía, y sobre todo con el interés de lograr, por la variedad de temas tratados en un mismo artículo, que la obra fuera abordable y en absoluto árida: la diversidad me ha ayudado mucho en la labor.
Pues no emprendí este diccionario, se ve claro, para distraerme, sino porque cada hecho histórico, cada opinión de filósofo, cada imagen de poeta, cada costumbre de un pueblo, cada liturgia, como cada desafío o resignación humana, me inclinaba a una meditación tanto más profunda en la medida en que valoraba más lo contrario de la muerte. Comencé este libro como se empieza una colección, uniendo, para constituirme una sabiduría personal, una hoja a otra, hasta debatirme, casi ignorándolo, entre algunos centenares de ellas, sin tener la formación ni el paciente método del erudito; ésta es, pues, la obra de un aficionado y no la de un técnico; se dirige al hombre de bien y no al sabio ni al especialista cuya crítica acepto de antemano. No he querido recargar ninguna cita con referencias bibliográficas ni con aparato crítico. Así, más bien que citar a tal escritor, filósofo o sabio, situándolo en el marco de sus libros, he preferido hacerlo intervenir como si se hallara presente entre nosotros; su nombre aparece y nos habla. Es un procedimiento de novelista; no lo niego, pues me ha permitido muchas asociaciones e intervenciones curiosas.
Entre tantas otras, dos frases de Michel de Montaigne son famosas y se citan con frecuencia: «De nada me informo con mayor interés que de la muerte de los hombres. Si fuera creador de libros, haría un registro comentado de muertes tan diversas.» No creo responder a un designio tan elevado; no soy un benedictino, y, además, sin duda publico el libro que nunca podrá ser, que jamás será, exhaustivo. Mientras escribo estas líneas, o, mejor, mientras se leen, decenas de hombres mueren sencilla o trágicamente, y su historia, sus pensamientos, sus últimas palabras serán siempre ignorados. Puesto que me refiero a últimas palabras, quiero rendir homenaje a Claude Aveline, que reunió en Les Mots de la fin las perlas de sabiduría y de verdad de muchos personajes ilustre. La muerte, la muerte que siega las vidas entre nosotros, la muerte que nos acecha tras la locura de las guerras y de las bombas, ha dado origen en los últimos tiempos a obras admirables: pienso en Vladimir Jankelevich en filosofía, en Fabre-Luce en sociología y en Jessica Mitford o en los autores del Crapouillot, que, bajo la dirección de Jean-Jacques Pauvert han vituperado los abusos comerciales y publicitarios de las pompas fúnebres. Pero en la bibliografía sumaria que se inserta al final de este libro, el lector hallará otras obras de calidad.
En el umbral y en torno a la muerte es como mejor se manifiestan lo singular, lo increíble, lo fantástico, lo maravilloso; pero también el pensamiento religioso y el pensamiento sin más: es el lugar donde el hombre halla su verdad. Esta verdad la he acosado allí donde me ha sido posible, con frecuencia en los lugares más inesperados. Las citas de poetas no han sido olvidadas: mejor que presentar obras demasiado conocidas, he preferido remitirme sobre todo a las dinámicas imágenes de los contemporáneos. Con frecuencia, los epitafios apenas tienen valor poético; sin embargo, he recogido muchos del pasado por su valor histórico.
Me parece interesante saber si existen más de cien expresiones de argot para designar «morir» o «matar», conocer las miserias de la guerra, saber dónde se halla tal o cual muerto al que se admira, tener noticia de los mártires, ver cómo los hombres de condiciones sociales diferentes han preparado su muerte o han reaccionado ante su presencia, y comprobar en qué medida ha intervenido el progreso para mejorar la existencia de los seres, pero también sus posibilidades de destrucción.
ROBERT SABATIER
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