“Las cuestiones de la conciencia de la forma, la belleza y la armonía no me interesan tanto a nivel abstracto como en la medida que afectan a la vida cotidiana y en relación con el arte de vivir. La vida cotidiana, si nos fijamos en las teorías orientales del arte, es un aspecto central del camino del artista.”
Como en el arte o en el diseño, carecer de forma implica dispersión y pérdida de referencias, quedar expuesto a los fenómenos externos sin ritmo ni control. Dar forma a lo cotidiano es una invitación a poner en valor nuestra realidad tangible y manejable, a trabajar la atención plena sobre las cuestiones básicas que rigen nuestra cotidianidad —la alimentación, el amor, los medios de comunicación, la vestimenta y nuestras posesiones— y conectar con ellas de forma consciente, limitando sus contornos y encontrando su lugar en la red que conforma nuestro fundamento vital.
Índice
1. La forma de la restricción 7
2. La forma de la alimentación 20
3. La forma del amor 42
4. La forma de los medios de comunicación 67
5. La forma de la ropa 89
6. La forma de lo que poseemos 105
Bibliografía 125
Agradecimientos 132
Sobre el autor 135
La forma de la restricción
“¿Sería posible encontrar un marco que no enmarque la imagen?”
Kazuaki Tanahashi
Para completar un puzle lo primero que debemos hacer es buscar las piezas de las esquinas entre el caos inicial. Son las que forman el marco (una forma) y dentro de sus límites nos resultará más sencillo completar la imagen, de manera que esa restricción, en realidad, nos proporciona libertad. Eso se puede aplicar también a nuestra vida cotidiana, que a menudo queda dispersada en actividades inconexas. La dispersión es una forma primaria de carencia de forma: implica la pérdida de referencias, convierte a las personas en seres controlados de forma externa, sin sentido del ritmo, que acaban dando vueltas sobre sí mismas hasta que se atolondran y enferman. Todo lo que muere pierde su forma. La ausencia de forma genera sufrimiento. La falta del sentido de forma, desde el punto de vista del diseño, está estrechamente relacionada con la falta de gusto. Felix Scheinberger, profesor de ilustración, escribe que sin gusto no tenemos la capacidad de comparar y, por consiguiente, “de adoptar una posición creativa aceptable”. Eso no solo se aplica a la página en blanco del autor o del dibujante, sino también al gran puzle de la vida cotidiana. Para crear una imagen, debemos desarrollar el gusto y el sentido de la composición visual. Debemos recopilar conocimientos y capacidades, aprender procedimientos artesanales. Y aunque creo que hay diferentes tendencias y manifestaciones del buen gusto, en ningún caso me parece que se trate de algo puramente subjetivo o incluso personal. El clásico “sobre gustos no hay nada escrito” se contrapone a la vieja idea que entendía la cuestión del gusto como un axioma, que no aceptaba a cada cual opinar cualquier cosa. Quien trabaje con formas, desee desarrollar cierta sensibilidad en ese sentido o esté sometido a una forma, se enfrenta, por tanto, a cierto rigor. Solo de ahí surge el apoyo que pueden ofrecernos los marcos de referencia. Por eso los ejercicios espirituales a menudo son estrictos en términos de forma: quien haya seguido el procedimiento tradicional de un dojo zen sabe hasta qué punto puede costar acostumbrarse a ello. No te sientes seguro hasta que conoces toda la secuencia de reverencias, el significado de golpear el madero y de hacer sonar los cuencos y sabes cuándo tiene que inclinarse cada persona. El ritual se asimila mediante la repetición de la forma externa. Solo entonces podremos seguir el procedimiento sin pensar en cada decisión que tomamos. Se trata de dejarnos llevar por un rigor formal externo que estabilizará el proceso interno durante la meditación, ya que los pensamientos interiores que surgen intuitivamente se apoyan en el rigor de la forma externa. “Las limitaciones externas a menudo sirven para alcanzar la libertad interior”, escribe la ilustradora Sophia Stephani.
El tema de la atención plena acompañará cada uno de los capítulos que siguen. Este término tan popular suele malinterpretarse. También puede traducirse de forma más ajustada como “presencia de la mente” o “consciencia”. No implica huir de la rutina ni es ningún tipo de magia. La atención plena no implica mirar el mundo a través de unas gafas con cristales de color rosa, ni tampoco es una técnica para relajarse u obtener bienestar. La propuesta budista para superar el sufrimiento es el noble camino óctuple, y el ejercicio de la atención correcta representa uno de sus caminos. Por “atención plena” (sati) se entiende la observación directa y sin valoración del cuerpo y del espíritu en el momento presente. Se asocia a una actitud de desapego respecto a las personas, las intenciones o las cosas. Consiste en aceptar con receptividad y paciencia lo que ocurre, permaneciendo presentes, curiosos y apacibles, e intentando que toda reacción sea fruto de la reflexión y no de los reflejos.