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Gaudí: mucho más que formas por Alain Prieto Soldevilla

 

Su nombre es muchas veces sinónimo de voluntad, fantasía y perpetuidad. El arquitecto catalán todavía no concluye su obra ni en la piedra ni en las mentes que cinceló.


Antoni Gaudi en 1878. Foto de Pablo Audouard Deglaire (1856 - 1919). Tomado de commonswikimedia.org

En el mundo son pocos los arquitectos tan identificables como Antoni Gaudí i Cornet, un fuera de serie cuya visión y estética se han vuelto no sólo pilares arquitectónicos sino manifestaciones culturalmente icónicas.

Nacido el 25 de junio de 1852, aceptadamente en Reus, (Tarragona, Cataluña) Gaudí era el menor de cinco hermanos y fue el más longevo de ellos. Sus padres eran empresarios y motivaron en él toda afición que demostraba, en especial por la naturaleza, aunque de pequeño luchó contra distintas enfermedades que le dejaron un carácter más bien serio. Cursó arquitectura en la Escuela de la Llotja y en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, graduándose en 1878.

Tras su primera obra destacada, la Casa Vicens, en la que predominan los rasgos moriscos, el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia —hoy Basílica—, fue comisionado al joven Gaudí en 1883. Aún inconcluso 130 años después, se ha convertido quizá en la silueta más reconocible de Barcelona, España, y una de las más atrayentes de Europa.

   La Sagrada Familia, fachada de La Pasión. Tomado de Flickr/ adipdia

El sitio oficial de la Basílica (http://www.sagradafamilia.cat) promete: “Cuando el templo esté acabado tendrá 18 torres: 12 dedicadas a los apóstoles, 4 a los evangelistas, una a Jesús y otra a María.”

La diversidad de formas, la riqueza ornamental y la profusión de atrevimientos que Gaudí perpetró, dan a este masivo recinto una connotación especial que se desprende del área que ocupa y entra a cada espectador, creyente o no, por más artes que sólo por su carácter formal. La experiencia de pararse ahí, o tan sólo de apreciarlo en una postal, es estremecedora. Muchas manos se han añadido al trabajo original, destacando entre otras las del escultor Josep María de Subirachs, autor de los grupos escultóricos iniciados en 1987 y apenas concluidos en 2009 que acompañan la Fachada de la Pasión. Dramáticos y monumentales, también dan cabida a la propia efigie de Gaudí, que fue incorporada en el conjunto denominado La Verónica. Una polémica y angulosa imagen de Cristo desnudo, fue destinada a representar la crucifixión, talla que deja ver la espectacularidad lograda por Subirachs en esta fachada inmersa en una alta arcada de geometría única.

Gaudí y el nuncio Ragonesi visitan la Sagrada Familia (1915). Tomado de commonswikimedia.org.

Aunque la plenitud de significados y simbolismos de cada pequeña pieza de La Sagrada Familia dan para una enciclopedia, el conjunto logrado es por mucho digno merecedor de la distinción más alta de la Unesco, declarándolo Patrimonio de la Humanidad en 2005, acto pocas veces visto en una construcción inacabada.

Arte y técnica

Aunque en apariencia las caprichosas figuras no guardan un orden estructural convencional, Gaudí se valía de sistemas de pesos suspendidos a escala que daban la pauta a su relativo deconstructivismo. Sus obras no escapaban al pensamiento ingenieril.

Reconocido en vida, su recién terminada Casa Calvet fue elegida ganadora del Concurso Anual de Edificios Artísticos de Barcelona en 1900, por la autoridad del Ayuntamiento de la ciudad y puerto. De cinco niveles y con una plástica muy novedosa para su tiempo, lucen sobre todo los balcones, sello importante en la obra del arquitecto. Los acabados permanentes, fabricados con piedra de sillería de Montjuïc, y las elaboradas texturas forjadas —a veces neo barrocas— dejan ver gran parte de la fantasía que desplegaba en sus proyectos.

Fachada principal de Casa Calvet. Tomado de Flickr/ gipiosio

Otra residencia, la Casa Batlló, parece salida de un libro de ciencia ficción. Aquí, Gaudí aventura aún más sus formas e incluso llega a representar huesos (o lo que parecen serlo), que lejos de hacerla una obra sombría, le da un carácter espectacular y una fachada labrada con volúmenes totalmente fuera de lo convencional. Hoy, la arquitectura paramétrica aborda muchas de estas formas que en Gaudí eran intuitivas y genialmente resueltas. No de extrañarse que esté catalogada en la lista de Bienes de Interés Cultural de España.
 

Detalle de balcones en Casa Batlló. Tomado de Flickr/ Crystiam

La Pedrera o Casa Milà (concluida en 1910) con sus enigmáticas torres-chimeneas es también una inspiración para cualquier remate y azotea. Parecerían los cilindros de un enorme órgano de iglesia o callados centinelas en formación. En lo que todos coinciden es en la capacidad de Gaudí de forjar espacios sensorialmente ricos, inesperados y, sin embargo, lógicos dentro de un patrón inusual a todas luces. En estricto, convirtió las azoteas en un parque, con toda la intención de hacerlas caminables, recorribles, en vez de pensar en sólo una cubierta desprovista de atractivo o lo que sería peor, limitar su uso a sólo alojar depósitos de agua y tendederos de ropa.

En todas estas obras demuestra un dominio extraordinario de la estereotomía, que es el arte de tallar y cortar piedra. Gaudí es un maestro cantero de gran nivel porque no sólo sabe de materiales sino que entiende que hará con ellos, aunque no siempre empleaba planos para asentar sus concepciones.

Terrazas-azoteas de La Pedrera. Tomado de Flickr/ AnthonyGurr

Luces y penumbra

Gaudí logra admiración en el terreno más complicado, más criticado: se separa de los cánones, se da el permiso de innovar. Se vuelve personalísimo.

Aunque hoy se consideren obras clásicas, en su tiempo la disrupción que produjo fue grande. No obstante, hay un valor que logra y que sigue siendo relevante y esencial para cualquier constructor: consigue clientes que creen en sus propuestas.

En Park Güell, un fraccionamiento que contendría 60 casas más servicios donde destacarían el parque y una capilla. Sólo llegó a ver dos de ellas edificadas, una de las cuales habitaron el propio Gaudí, su padre y su sobrina, y que hoy puede visitarse como museo. El concepto era una apuesta vanguardista, muy a la usanza de lo que 40 años después serían los suburbios en Estados Unidos. Cada lote residencial destinaría cinco de seis partes de área para jardines. Tras 12 años de trabajos el proyecto quedó interrumpido, pero muy afortunadamente es el espléndido parque el sobreviviente y testimonio del naturalismo más espectacular, imaginativo y recreacional logrado.


Vista hacia los pabellones de acceso de Park Güell. Tomado de Flickr/ VivirEuropa

Era una tarde común para Antoni, quien caminaba para ir a misa, cuando la fatalidad lo abatió. Había sido arrollado por un vehículo eléctrico, un tranvía. Lo inaudito es que se le tomó por un vagabundo puesto que no llevaba consigo documentos de identidad. Finalmente conducido a un hospital y reconocido, falleció tres días después, poco antes de cumplir 74 años. Nunca se casó y no dejó descendencia, por lo que se convirtieron en sus hijos todos quienes acudieron a despedirlo aquel junio de 1926.

Desde entonces, aunque en manera ascendente, su obra ha sido revalorada, encumbrada.

Y si lo anteriormente dicho fuera poco para considerarlo un trascendental artífice, puede afirmarse —casi sin temor a equivocarse—, que es el único arquitecto en el mundo fallecido en la década de 1920, cuya obra aún se halla en proceso.

Las invenciones del catalán han tenido eco por todo el mundo, incluso en México, donde el Arq. Javier Senosiain ha reinterpretado la febrilidad gaudiana plena de mosaicos, formas orgánicas y colores.

Al momento los espacios que fabricó son de los más fotogénicos en toda clase de medios sociales, lo que ha contribuido enormemente a extender su leyenda, siendo hoy exponencialmente más conocido que en su propio tiempo.

Mientras tanto, en este su 161 cumpleaños, las grúas siguen maniobrando en la Carrer de Mallorca, continuando sus pasos y elevándolo cada vez un poco más.