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Una breve historia del jardín

Un libro de Gilles Clément

 

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Gilles Clément ha escrito un recorrido por la historia del jardín que parte de sus significados más profundos y atávicos; un libro breve y delicioso que nos conecta con los sentidos que, desde nuestra condición de seres humanos, le hemos ido dando a la naturaleza domesticada.

“El primer jardín es un cercado. Conviene proteger el bien preciado del jardín: las hortalizas, las frutas; luego las flores, los animales, el arte de vivir… todo aquello que, a lo largo del tiempo, se presentará siempre como lo ‘mejor’ […]. La noción de ‘mejor’, de bien preciado, no deja de evolucionar. La escenografía destinada a valorar lo mejor se adapta al cambio de los fundamentos del jardín, pero el principio del jardín permanece constante: acercarse lo más posible al paraíso.”

Descripción técnica del libro:

128 páginas
Español
ISBN/EAN: 9788425232534
Edición digital en ePub
2019
Descripción
Descripción

Detalles

Gilles Clément ha escrito un recorrido por la historia del jardín que parte de sus significados más profundos y atávicos; un libro breve y delicioso que nos conecta con los sentidos que, desde nuestra condición de seres humanos, le hemos ido dando a la naturaleza domesticada.

“El primer jardín es un cercado. Conviene proteger el bien preciado del jardín: las hortalizas, las frutas; luego las flores, los animales, el arte de vivir… todo aquello que, a lo largo del tiempo, se presentará siempre como lo ‘mejor’ […]. La noción de ‘mejor’, de bien preciado, no deja de evolucionar. La escenografía destinada a valorar lo mejor se adapta al cambio de los fundamentos del jardín, pero el principio del jardín permanece constante: acercarse lo más posible al paraíso.”

Gilles Clément (Argenton-sur-Creuse, 1943), jardinero, paisajista, botánico y ensayista francés, es profesor en la Escuela Superior de Paisaje de Versalles desde 1980 y ha sido artífice de diversos parques y espacios públicos como los jardines Le Domaine du Rayol (Var), el parque Matisse (Lille), los jardines del Musée du Quai Branly (París) y el parque André Citroën (París). Es autor de numerosos libros relacionados con el paisajismo, además de novelas, ensayos y otras publicaciones escritas en colaboración con artistas, entre ellos destaca Manifiesto del Tercer paisaje (Editorial Gustavo Gili, 2007).

Índice de contenidos
Índice de contenidos

Índice

El primer jardín
El cercado y la medida
El jardín vertical
La visión romántica
Los jardines de la noche
El jardín de los astros
El último jardín
El sueño del caracol
La tarjeta de puntos (relato)

Breve bibliografía

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El primer jardín

En el bosque de Dzeng, los pantanos se cubren de palmeras espinosas. Crecen y se enredan al abrigo de los árboles grandes. Los habitantes de Dzeng se desplazan en piraguas talladas de un único tronco. Sobre el agua quieta trazan un surco lento; son niños o ancianos, pescadores, barqueros que transportan no se sabe qué, que se esfuerzan en una tarea sin urgencia. En la media sombra acechamos los reflejos de la zalmoxis, una mariposa de gran envergadura, de vuelo vivaz y alas robustas, uniformemente azules, atravesadas de nervaduras precisas, negras, como pintadas con tinta china.

En esta región de África, en la que subsiste una extensión forestal importante, la zalmoxis no es rara. Vive al oeste de Yaundé a lo largo de la carretera que nos lleva a orillas del río Dja, en la frontera con Gabón. Atravesamos el Camerún húmedo y boscoso, abandonando por un tiempo las sabanas secas del norte. Nuestra misión consiste en estudiar el comportamiento de las especies nocturnas atraídas por las trampas de luz en lugares remotos, en la linde del bosque. Un protocolo sencillo permite identificar cada media hora las especies que van apareciendo desde que cae la noche hasta la salida del sol. Anotamos la temperatura con una precisión de medio grado, la fase lunar y la fuerza del viento. Preferimos las noches cerradas tras un día de lluvia; garantía de eclosión y abundancia, los insectos se posan sobre el lienzo de caza extendido entre dos estacas improvisadas e iluminado por una lámpara de vapor de mercurio: una bombilla desnuda, oblonga, frágil, objeto de grandes cuidados durante el transporte de campamento a campamento. Después de un día en que la tienda fue arrastrada por el agua y nos quedamos sin techo, dormimos en las chozas locales, las cabañas ahumadas, sobre los jergones rugosos de los refugios indígenas que nos ofrecen por el camino. Antoine le Douala parlamenta y traduce, es nuestro salvoconducto. El Renault 4L, cargado hasta los topes, transporta el equipo electrógeno, las reservas de gasolina, la comida y a nosotros mismos: tres pasajeros asombrados de atravesar con tanta ligereza las pistas incómodas, como flotando por encima de los suelos de lateritas y de las marism­as, mientras que los vehículos pesados se hunden a nuestro alrededor. En 1974, el mercado de los 4x4 inútiles no existía todavía, los viejos Land Rover se atan a los árboles mediante cabrestantes para salir de las roderas, los adelantamos, nos alcanzan de nuevo, jugamos a las carreras de sabana, luego nos detenemos para hacer balance de rendimiento: una vez más hemos pasado el vado…

Para ir al Dja tenemos un pretexto de exploradores: queremos acercarnos a la hembra de Papilio antimachus (un ejemplar forma parte del tesoro del Muséum de París, se dice que hay otro en Londres). Mientras que el macho se deja ver de buen grado cerca de las pistas —¿cómo no ver a ese inmenso planeador, un juguete tranquilo en el aire tropical, el mayor de los diurnos africanos?—, la hembra se esconde en la cima de los árboles, nunca baja, solo los pigmeos saben cómo son sus larvas y saben encontrarlas.

Nuestro objetivo: encontrarnos con los pigmeos.

En la cuenca africana, donde subsiste una continuidad forestal importante que cubre gran parte de Gabón y el sur de Camerún, viven los pigmeos. Pero también los pequeños elefantes de bosque, los ciervos de agua, los gorilas, los monos verdes y el virus del Ébola. En la época en la que viajamos, este virus aislado en los doseles arbóreos de Gabón, probablemente almacenado entre los artrópodos (de los que forman parte los insectos) y, tal como se cree actualmente, transmitido por los monos verdes, todavía no ha causado los estragos fulminantes que conocemos. En Zoulabot II nos ofrecen la mejor parte del mono, la nalga. Consumimos sin reservas este plato cocinado en honor de los invitados. Un manjar de primera. Compartir esta carne es una ceremonia. Hoy resulta mortal. En 1998, en el corazón de la selva gabonesa, a cien kilómetros del campamento de Makande, donde estaba instalada una expedición científica del Radeau des Cimes, todos los habitantes de un pueblo desaparecieron por esta única razón.

Zoubalot II, la última etapa antes de llegar al Dja, río fronterizo, se compone de casas sencillas dispersas en un claro y dispuestas en torno a un dispensario construido con materiales permanentes, según los cánones de la arquitectura colonial de la sabana: alero y tejado de chapa. Monjas holandesas, enviadas en misión por el gobierno, y sin duda también por un dios de la fiscalidad, intentan sedentarizar a la población pigmea; es decir, censarla y gravarla con impuestos.

En los libros se dice (o se decía): los pigmeos, junto con los bosquimanos del Kalahari, los peul del Sahel, los aborígenes de Australia, los inuit del Gran Norte y algunos otros pueblos, forman parte de las últimas sociedades nómadas del planeta.[...]

Copyright del texto: sus autores
Copyright de la edición: Editorial Gustavo Gili SL

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