La historia del jardín ha estado tradicionalmente marcada por un discurso basado en el orden visual y el control que ejerce el hombre sobre las especies vegetales. En este célebre ensayo, Gilles Clément se aleja de forma radical de este enfoque y aporta una de las reflexiones contemporáneas sobre el paisaje y los jardines más interesantes de la disciplina.
El jardín en movimiento sostiene que los jardines y el paisaje no son espacios estáticos que deben controlarse, sino lugares donde la naturaleza debe seguir su curso, donde las especies vegetales deben instalarse de forma espontánea y desarrollarse libremente de modo que la experiencia estética surja de la contemplación de los propios procesos espontáneos de sucesión biológica. La labor del jardinero ya no consiste en domesticar la naturaleza mediante la imposición de un punto de vista predeterminado y estricto, sino en conocer las especies y sus comportamientos, observar las dinámicas naturales y la corriente biológica que anima el lugar para orientar y explotar al máximo sus características naturales.
Índice de contenidos
Introducción
El orden
La ilusión del orden
La ilusión del desorden
Entropía y nostalgia
Reconquista
El hecho biológico
Suelos baldíos
Clímax
Jardín en movimiento
Un experimento
El lugar, el método
Desfase
Vagabundas
Listado de especies para el “jardín en movimiento”
Dossier de imágenes
El “jardín en movimiento” del parque André-Citroën en París
Conclusión del “jardín en movimiento”
Del “jardín en movimiento” al “jardín planetario”
1. Informes
2. Proyectos
3. Acciones pedagógicas
4. Investigación
A la espera de continuar
Anexos
Bibliografía
Extracto de la introducción
A lo largo de ciertas carreteras, tropezamos con jardines involuntarios. La naturaleza los ha creado. No parecen salvajes y, sin embargo, lo son. Un indicio, una flor particular, un color vivo, los distinguen del paisaje.
Al mirar estos jardines de forma sesgada, como hacen los perros con las moscas, se plantea un DESFASE.
Imágenes:
Sologne. Suelo cubierto de dedaleras, claro púrpura entre los árboles. Han talado los robles.
Isla griega. Paros en abril, en el viento. A ras de una tierra cepillada por el Harmattan, un manto de malvas, Anthemis, una amapola.
Hemisferio sur, carretera de Wellington, un campo de Arums blancas que las vacas evitan. Más lejos, capuchinas sobre matas de Muehlenbeckia.
Palmerston North, una playa. Altramuces arborescentes y cinerarias a la luz, muy pálida, de un amanecer.
Si preguntamos a los habitantes quién ha plantado esas flores, no lo saben. Siempre han estado ahí. ¿Siempre? ¿Pero qué hacen las capuchinas, originarias de México, en Nueva Zelanda? O las Arums africanas, las Cannas indicas, que crecen fuera de África o de India, como si estuviesen en su medio original… Hydrangeas asiáticas y Fuchsias magellanica sobre los altiplanos de la Isla de la Reunión. Eucaliptos australianos y tasmanos en África, Madagascar, los Andes, en todo el mundo, poblando las montañas secas, las tierras difíciles.
Los hombres han viajado y, con ellos, las plantas. De esta mezcla inmensa, que ha puesto frente a frente flores de continentes separados desde hace mucho tiempo, nacen nuevos paisajes.
Las plantas que se escapan de los jardines razonados están a la espera de encontrar un suelo que les convenga para desarrollarse. El viento, los animales, las máquinas, transportan las semillas lo más lejos posible.
La naturaleza utiliza todos los vectores capaces de actuar como intermediarios. Y, en ese juego de uniones, el hombre es su mejor baza. Sin embargo, no le preguntan su opinión. ¿Se harán sin él, los nuevos jardines?
Un suelo abandonado es el terreno que prefieren las plantas VAGABUNDAS. Una página en blanco para iniciar un boceto sin modelo. El invento es posible, el exotismo, probable.
Siempre han existido los SUELOS BALDÍOS. La historia los denuncia como una pérdida de poder del hombre sobre la naturaleza. ¿Y si los mirásemos de otro modo? ¿No serían ellos las páginas en blanco que necesitamos? [...]
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Copyright de la edición: Editorial Gustavo Gili SL